12.5.14

Santos pecadores

Les conocí una mañana de primavera
yo de rojo en un stand de información,
ellos de un negro más bien marrón.

Buen rollo, cervecitas y un par de charlas,
fue lo único necesario
para que me invitaran a su hogar,
me dieran de beber y fumar
y me presentaran a su familia.

Viejos, jóvenes,
padres, hijos y abuelos,
todos sonrientes, con una caña en la mano y
con su instrumento en la otra,
afinando cuerdas y voz,
entonando perfidias de amores perdidos,
pasodobles para las viejas bailongas en feria,
odas a las helechas y los mocanales canarios
que erizaban los pelos de la nuca
a todas las putas butacas del teatro.

Y prepararse todos,
un equipo de genios borrachos
con pieles de grillo, un parche, soplas y cuerdas,
para gritar,
bañados por una luna cómplice de nuestra farsa,
ansias disfrazadas en dulces melodías
bajo balcones deseosos de experimentar
los rumores que habían llegado a sus oídos.

Atrás quedan veladas
de canciones y alegrías especiadas por alcohol,
especializadas en miradas fugaces,
bailes desafiantes,
roces ocultos al resto de ojos de la sala que conducen hacia la cocina,
el baño, la terraza...

Los pisos abarrotados de gente feliz,
de coqueteos, guiños, charlas filosóficas, clases musicales,
asaltos a la nevera, misiones novatiles, vecinos que se quejan,
policías pegando a la puerta, cuerdas rotas,

humor, sudor, sonrisas...

Que en la madrugada albergaban
el refugio de los sofás en que los sueños carnales
se cumplían en forma de cuerpos disfrutando de la miel,
de gemidos inocentes rompiendo el silencio de la noche,
de humedades y el calor de sus propias pieles
o quizá el terciopelo negro.

Atrás queda ver una fuente a lo lejos
con la alegría de un niño,
y desnudarte y correr delante de da igual quién mire,
y saltar y nadar y gritar y cantar y chapotear
dentro de este oasis de la eterna juventud
en el que entran los aprendices
para salir nombrados caballeros.

Camada de lazarillos duques de la picaresca,
aquellos que dieron el golpe de estado novatil
y huyeron en la noche por las carreteras comarcales
buscando la música en sus corazones y la marihuana barata,
los que volvieron desnudos en el coche acompañados por
dos pares de jóvenes y firmes tetas
que saltaban juguetonas en cada bache de la vieja calzada.
Esos que bajo la luz del lorenzo a mediodía
agitaban sus guitarras en mitad de la nada
con un cartel que decía “A Valencia”,
que fueron acogidos en una furgoneta
y fumaron y bebieron hasta su destino,
los que saltaron murallas para zambullirse en pelotas,
entre tuberías y barro,
para cazar un pato con sus manos
y vieron su miembro amenazado por el pico de un cisne.
Los que conquistaron pumas,
y zonas de parche,
los que fueron embestidos por detrás en Alemania,
los que vieron brujas de negros trajes o sillones de espagueti o adoraban la alfombra del motel,
los que toreaban coches en Mojácar
o fueron presa de voyeurs de manos largas,
los que yacieron en el suelo de un gimnasio o en parques o al raso
con fuerzas aún para una penúltima.

Y me siento como aquél al que invadían las lágrimas en su sillón
recordando éstas y otras tantas miles de imágenes de ayer,
a todos aquellos que llevaban el fuego en los dedos
a los que nos quedamos atrás
y a los que siguen,
pues no pudimos ser sino santos
con el santo grial eternamente lleno.

Santo Machu
Santo Zape
Santo Lennon
Santo Soplas
Santo Caballa
Santo Garrapata
Santo Búho
Santo Kinder
Santo Gambrinus
Santo Lefa, Zorra, Rondas y Coqui.

Santos todos ellos
y ninguno más,
santos todos ellos y sus poyas

y pecadores también.

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